Son muchas las comodidades que nos ofrece el mundo de hoy. Cada vez tenemos que
esforzarnos menos para adquirir los productos que necesitamos para nuestra subsistencia (de
hecho, cada vez más nos los llevan a la puerta de nuestra casa) y preparar los alimentos que
ingerimos. Podemos evitar una confrontación haciendo pasar al otro como violento o «poco
civilizado», dando cátedra de una superioridad moral afeminada al afirmar que quien es
inteligente de verdad solo soluciona sus problemas hablando o, en última instancia, acudir al
brazo armado de la ley para que nos saque de aprietos. Los vínculos sociales se vuelven cada
vez más mediatos, ya sea para hablar con un amigo, asistir a clases, o incluso suplantar las
relaciones sexuales; todo desde tu sillón.

El goce y disfrutar de la vida pareciera ser el propósito de vida que nos tocó a los que
vivimos en este siglo, y esa idea del mundo la podemos escuchar en canciones o ver en
películas que reiterativamente nos recuerdan que «solo vivimos una vez», que hay que ser feliz
y bailar porque la vida es una fiesta. Predomina en ellas un afán de querer desterrar de
nuestros sentimientos a aquellas emociones negativas pero reales y a veces necesarias como
la tristeza y el enojo, porque es más lindo sonreír y estar contento por más que todo lo que
está a nuestro alrededor de nos cae a pedazos. El placer y el goce inmediato de los excesos
parecieran ser la cura que remedia cualquiera de nuestras penas e incertidumbres, como si
atragantarnos de papas fritas o galletitas con exceso de azúcares nos hiciera olvidar que no nos
dieron el aumento merecido en el trabajo, que esas cervezas de más nos van a hacer olvidar de
la frustración producida por un desamor, que la marihuana nos abriría la mente para ver las
cosas de otra manera y permitirse nuevas sensaciones, o que el sexo promiscuo y sin
compromiso calmaría esa sensación latente de ansiedad que se genera «porque todavía hay
muchas cosas por probar y el tiempo se nos pasa».
Aún así, toda crítica del postmodernismo o como quiera llamarse esta etapa nefasta y
distópica de la historia de la humanidad que nos toca vivir sería nula o más de lo mismo sin
plantearse cuál debe ser la postura que debe tener una persona que desea conservar su
dignidad e integridad personal en alto. O más aún, como elevarse y ser superior al resto de las
personas influidas por el espíritu (o no-espíritu) de los tiempos modernos. Y es que esa
precisamente es la conducta que esta era llana, democrática, igualitaria y horizontalista
rechaza y reprime: la intención de superarse a uno mismo y por ende, superar al rebaño de
borregos que conforma una sociedad decadente y putrefacta. En otras palabras, se reprime y
desalienta el llevar una vida espiritualmente aristocrática, en el más puro sentido de la
palabra. Me atrevo a ir más allá en lo que digo, y afirmar que esa represión y desaliento cae
sobre todo en la masculinidad como símbolo de estos valores.
Así como otrora les tocaba a los hombres el cuidado y sustento de la comunidad, y por
ende la caza, la guerra, el peligro y la aventura eran sus más grandes compañías cuando le
tocaba estar fuera de casa; hoy la comodidad y aburguesamiento desplazó esa necesidad de
correr dichos peligros y aventuras, y con ello, la posibilidad de trascender y permitirle toda
oportunidad de despertar en él un actos de valor y heroísmo, tan ampliamente ponderados
por nuestros antepasados. El aburguesamiento y la comodidad llevan entonces a los hombres
de esta época a encontrarse sin ninguna meta o propósito de vida más allá de satisfacer sus
necesidades materiales, los deseos del cuerpo, o alcanzar un status social otorgado por la
mera posesión de bienes y riquezas. El balance así entre las fuerzas materiales y espirituales
que le dan completitud y armonía a su existencia queda socavado ante esta conducta
tendiente a lo material y lo carnal. Para colmo, el paradigma imperante de la igualdad ha
logrado mantener o profundizar ese aborregamiento del hombre a tal punto en que todo
intento por mantener su virilidad intacta y virtuosa resulta considerado en el slang moderno
como «tóxico». Y a pesar de haber en determinados sitios web o perfiles de redes sociales una
especie de intento de influir positivamente en el hombre moderno esa masculinidad innata a
modo de revival, lo cierto es que la mayoría de ellas se centran en estereotipos demasiado
superficiales de lo que debería ser lo que ellos consideran un alfa o un sigma, y se vuelven a
centrar en estos aspectos superficiales ya mencionados. Por ende, la consecución de metas y
obtener un propósito de vida pareciera ser solo cómo conseguir un mejor puesto laboral o una
carrera universitaria; la vida en pareja pierde su sacralidad y la perfecta armonía entre las
fuerzas masculinas y femeninas para convertirse en una pérdida de tiempo y factor de
reducción de testosterona, y la seducción pasa a ser una mera «estrategia» donde todo debe
llevarse a cabo como una consecución lógica de hechos manipulativos hacia la mujer
Por ello, además de la consecución de metas y objetivos terrenales, es hacia los valores
morales superiores a los cuales debe reencausarse indefectiblemente en su búsqueda el
hombre moderno y la entrega total a una lucha constante por una causa o un ideal a la que
debe abocar su vida hasta el sacrificio supremo, de ser necesario, para la realización plena de
su vida como hombre. De esto último es que surgen lógicamente la adversarialidad y la
enemistad contra otros. En esa lucha que el hombre desea llevar a cabo tiene que
necesariamente trazar una línea divisoria entre el bien y el mal, lo blanco y lo negro, los que
están de tu lado y los que están contra él. Los puntos medios y lo indefinido pasan a ser
síntoma de debilidad y tibieza, a tal punto que algo o alguien a quien hoy llamaríamos
«neutral» es, hasta que no cambie el estatus de los que están de este lado, un eventual
enemigo declarado a futuro. Pero en ese afán de ser superior al adversario, al contrincante y
en última instancia al enemigo, se suele recaer en la quita del protagonismo a uno mismo. El
adversario/enemigo pasa a girar tanto en torno a nuestra vida que nuestras metas se vuelven
más que la consecución de nuestras metas propiamente dichas y realización plena de un ideal
encarnado, en la derrota y aniquilamiento de quienes se oponen, llevando a primer plano a
estos últimos y otorgándoles el protagonismo. Es por ello que para conservar uno la vida del
protagonista, debe tener presente que nunca debe perderse de eje que la consecución de la
victoria final es lo que verdaderamente importa, y la destrucción del enemigo o superación del
adversario es un fin accesorio y circunstancial, una herramienta para un fin pero no un fin per
se.
Es sumamente importante entonces tener en mente que para sortear los obstáculos que
la existencia del enemigo/adversario nos presenta, la clave está en que para superarlos a
ellos, primero uno debe superarse así mismo, y es aquí en donde uno se convierte en su
propio adversario. También es importante remarcar que la diferencia entre enemigo y
adversario se basa sobre todo en el grado de oposición que hay entre uno u otro; pues al
enemigo se lo destruye, mientras que al adversario se lo supera. Por eso, la lucha consigo
mismo no tiene como fin destruirse a uno mismo, sino superarse. Nuestras pasiones, vicios,
miedos y debilidades forman parte del conjunto de obstáculos que nosotros mismos debemos
sortear en esa búsqueda de superación personal, y tal es así que, nuestro yo pasado, presente
y futuro pasan a ser entidades separadas, de las cuales el nacimiento de una implica la muerte
de la anterior. La lucha constante contra uno mismo entonces nos lleva a que el yo de hoy
supere y deje atrás a nuestro yo pasado como si de una relación disyuntiva se tratase, a tal
punto en que muchas veces nos planteamos la existencia de nuestro yo pasado como otra
persona a la cual podríamos tratar como un tercero si volviéramos atrás en el tiempo. Es
verdad que ciertas experiencias y tomas de decisiones negativas nos sirven a modo de
experiencia, por lo que llegar a ser el hombre que uno es hoy en día se asemeja a la puesta de
ladrillos unos sobre otros en un muro; pero no hay que olvidar que cuando se trata de
nuestros mayores obstáculos e impedimentos, no puede colocarse ladrillo sobre otro sin
remover los ladrillos defectuosos, a veces llegando al punto de remover los cimientos de ser
necesario y volverlos a poner. Nuestro propio adversario interno, el yo de hoy que debe ser
derrotado por el yo del mañana, más virtuoso y superior, suele estar contaminado con el goce
y aburguesamiento que al que nos lleva el siglo XXI. Por más que nos creamos inmunes a los
vicios del mundo moderno, lo cierto es que crecimos en él, fuimos educados por él, nos
desarrollamos en él (aún tratando de vivir al margen) y parte nuestra guarda un resabio
residual que nos fue conferida de manera inconsciente. Por ello, es que romper con la pereza,
la cobardía, la gula, la comodidad, la búsqueda desmesurada de placer y goce, consumo de
sustancias perniciosas para nuestro cuerpo, la cultura del «no te metas», rehuir a los conflictos
a pesar de presentársenos inevitables, y demás conductas del homo moderno deben ser
desterradas paulatinamente de nuestro ser y reemplazarse por estilos de vida activos y en
constante movilidad, donde la búsqueda de la virtud, aventura, desafío al peligro,
conocimiento y superación deben ser los rasgos del yo de hoy y aún más acentuados en el yo
del mañana. Entregarse a lo primero supondría que la dignidad y la integridad de uno
sucumban ante el adversario interno que busca el placer o la comodidad. Contrariamente, el
estudio y la lectura, el militar en una agrupación, el mantener una dieta sana, el rechazo a las
drogas y abuso de alcohol, el gimnasio, la práctica de deportes – sobre todo de contacto o
marciales –, la constancia, la lealtad (a la familia, esposa, amigos, y personas que nos
acompañan en la lucha por una causa) son algunas características que indefectiblemente nos
llevan a derrotar ese adversario interno que todos llevamos. Allí es donde debemos volcar
nuestra conducta y accionar y ese es el camino para superar el resto de las adversidades que
se nos presentan, pues sólo superando las adversidades internas, superamos las externas.
Mirate al espejo. Quien ves allí puede ser mejor que quien veías ayer y está bien sentirse
orgulloso por eso. Pero debe ser derrotado por quien veas reflejado mañana.
GSP